Caminos
Me encanta la entrada a José Ignacio, no la ciudad en sí aunque debo confesar que esa ostentosidad me genera amor y odio a la vez. En la entrada de lo que fue un pueblo había o hay (ya no le presto tanta atención) un palo largo con un montón de flechas que apuntaban a diferentes caminos. En realidad te indicaban que callecita tomar para llegar a un comercio o lugar de hospedaje. Nunca fui a comer a José Ignacio, nunca me dio el rostro para bajarme del auto y ver la lista de precios antes de entrar. Este año pensamos en tomar un café a la vuelta de las vacaciones, pero concluimos que en la estación Ancap a la salida de José Ignacio y por el retorno, nos atenderían igual, no tomaríamos el mismo café, pero es bueno ya lo probamos, y no dejaríamos nuestra billetera allí.
Sin embargo, ese lugar tiene algunas cosas que fuera de la excentricidad de sus habitantes de verano o inquilinos, es hermoso. El faro, que de arriba vez dos ciudades, las playas tan distintas para pasar el día y después moverte para el oeste y ver caer el sol en el agua.
Para agasajar a un amigo extranjero hace unos años lo llevamos en auto tipo tour por la costa esteña. Entramos en Atlántida, salimos por Las Tocas, ayudados por el GPS. Sabíamos que iba a querer una foto en los dedos, subir y bajar el puente de la barra. Así que reservamos nuestra perlita para la tarde, sentarnos, almorzar, tomar sol y ver el atardecer «tranquilos». Queríamos deslumbrarlo, quizás mostrarnos un poquito sofisticados. Al próximo año lo llevamos a La Pedrera no podía ser menos.
El tema es que llegamos a José Ignacio, fuimos a la playa de los Pescadores donde creíamos que todo era tranquilidad, estacionamos, bajamos las sillas de playa el bolso con las milanesas al pan con su film y servilletas individuales que habíamos cocinado la noche anterior, los refrescos el hielo que compramos en la estación, bolsos con toallas pareos, en fin, todo para pasar una buena tarde.
Bajamos y había poca gente pero rara, por lo menos para nosotros, todos con camisas blancas desabrochadas, botas tejanas en pleno enero y un señor cerca nuestro pide por celular que le traigan el champagne y dos copas. Nosotros mucho no podíamos hacer, habíamos viajado dos horas, teníamos hambre y no pensábamos ir a otra playa, así que decidimos sentarnos y sacar las milanesas al pan y pensar que esa también era nuestra playa. Los chiquilines disfrutaron, nuestro amigo no lo podía creer. El parador tenía tull blanco en el techo que llegaba hasta el suelo en sus esquinas el cual volaba, tal cual película de Miami, no habían mesas y sillas de parador, sino puf y camas tipo fiesta para las celebridades.
Almorzamos tarde obviamente, y entre conversaciones ya se acercaba la bajada del sol, nos olvidamos del contexto y el agua y las charlas eran mas que suficientes. Hasta que uno de nuestros hijos nos grita – un futbolista argentino (no me acuerdo del nombre) !!!
Un barullo de gente y los dos varones salen corriendo hacer cola para sacarse una foto con él.
Y cayo el sol, y nos prometimos no volver, aunque alguna vez incumplimos nuestra palabra.
Y todo surgió con el palo y las flechas, eran muchas flechas, la última vez que lo vi habían unas arriba de otras.
Es tan difícil tomar las desiciones correctas, jugarse a que ese es el camino y estar dispuesto a des-caminarlo si no lo era. Cuando tenes 20, 30 años te llevas el mundo puesto, si no hay ningún accidente tenés una vida que es como un campo de tierra fértil para apostar que cultivar esta primavera o cambiar la próxima. Cuando pasas otras barreras, empezás a sacar cuentas, si te conviene, cuanto te consume, si lo amas, si vale la pena el esfuerzo. Es como que mucho tiempo para equivocarte, meter la pata o des-caminar no te queda.
No soy tan pesimista, o en realidad sí, un poquito, y creo que volver a empezar, el tema es estar segura que el camino que habías elegido no era.
Pero como no voy sola en este camino, una de estas mañanas, cuando todavía me dolía el cuerpo y tosía mucho en medio de una fuerte gripe, me puse a llorar sentada en el comedor con la taza de café entre las manos y los tímidos rayos de sol que entraban por los cuadrados de madera de mi venta. Cuando estoy enferma la lupa de mis dificultades se hace mas grande y todo me afecta.
Quería tomar una decisión en ese estado, cada vez que hago algo en ese estado sale mal. Encima una desición trasendental, sin marcha atrás. Y tenía tantas flechas en el palo que no sabía ni podía ver la indicada. Mi hija me pregunto que me pasaba y le conté: que no sabía si podía seguir adelante, tenía miedo de no estar a la altura. Y ella me pregunto: -No queres o tenes miedo? Querer quiero, me apasiona, pero estoy cansada y no se si puedo. – Mamá una cosa es no querer eso se respeta, no se preciona y otra es tener miedo. Y vos me enseñaste a intentarlo por lo menos, yo que vos no bajo los brazos todavía.
Cuando queres apartentar que tenes todo resuelto como vivir en José Ignacio, al entrar, tenes mas caminos que lugares a donde ir. Lo bueno es que ya recorriste un buen tramo y fuiste volcando vida hacia los costados, esa vida que hoy te y me recuerda: no tengas miedo intentalo un poquito más y sino queres hay mas flechas y otros caminos, pero todavía no te rindas.
Ahora sin fiebre, casi sin tos, bien despejada, sigo viendo el horizonte dificil, pero voy a intentarlo, y seguiré semana a semana, intentándolo.
Gracias, Juli por interrumpir mi café de la mañana.



