Estoy apoyada boca abajo en la camilla, donde tengo las campanas de vidrio colocadas hasta la cintura. Suavemente me descubre un pierna y empieza a masajear, desde el tobillo hasta el muslo, de izquierda a derecha.
En cierto momento me pierdo en mis pensamiento, y arranco a recordar la casa de la Curva, cuando éramos niños. Sin darme cuenta empezaron a brotar suavemente un montón de lágrimas.
Desde que todo pasó, estoy muy cansada y lo he repetido hasta el hartazgo.
También he reflexionado mucho y la conclusión más sensata es y será el desamparo que sufris y que yo sufrí por vos y no puedo permitírmelo.
Pero hoy cuando las lágrimas se caían volvió de la memoria algo esencial que seguramente marcó como soy y lo que espero recibir. Me acordé como mi padre abrazaba a mi madre cuando yo era niña.
En el comedor, venía de atrás la abrazaba y le daba un beso en el cachete (acción que inconscientemente repito hasta el día de hoy). Jamás la insultó, ni gritó, nunca se dijeron «malas palabras» en casa y jamás la menospreció. Los vi besarse infinidad de veces en la boca. Los dotes culinarios de mi mamá no eran destacables, pero también se cocinaba con lo que había y dentro de todo buscó que la comida fuera saludable (fuimos vegetarianos por un tiempo y tomamos leche de soja casera en otro). Cuando mamá ponía el plato de comida en la mesa, sea guiso, fideos caseros o sopa, ella preguntaba: ¿cómo está mi amor? y él respondía exquisita (somos cómplices de algunas mentiras). Hubieron muchas carencias, des-amparos y falta de cultura general; pero nunca faltaron las demostraciones de afecto, los mimos y las caricias. Correr los cuatro alrededor de la mesa, las cosquillas, meternos todos en la cama grande.
Parece que cuando vas creciendo ya no necesitas de todo eso y el egoísmo aflora, o siempre estuvo y no te diste cuenta. Las marcas de nuestros desencuentros a partir de la adolescencia fueron profundas y el descuido en la niñez más. Pero el sentido de cariño, ternura y compañía la aprendí de vos. Hasta cuando mamá se enfermó y vos pasabas las tardes sentado alado de ella, por ahí no colaborabas en más nada, pero no te movías de su lado. El día del velorio nos contaste a todos cómo se conocieron en la librería del abuelo, ella era tu vida.
Cuando empezó a sacarme las campanitas de la espalda que son como mini sopapas alrededor de la columna, para comenzar con la parte más dolorosa que son los hombros, el cuello y los omóplatos, al caer las lágrimas por el agujero de la camilla donde apoyo la cara me dí cuenta, que no solo te estoy cuidando por desamparo, sino por todo el amor que le diste a mamá y yo lo ví. Porque me enseñaste dar y recibir mimos, a disfrutar como loca las caricias, a quedarme en la cama todo lo que pueda. Capaz que fue mamá la que te enseñó a vos, pero creo que fuiste vos, porque la abuela era igual.
Que los hombres que me acompañen en esta vida, abracen, besen, mimen, digan que la comida está rica y también que esta fea pero con mucho cariño. Que nos sorprendan y no con regalos, que nos sentamos únicas e irremplazables al lado de ellos, que bailemos juntos, nademos juntos, anden andemos en bici juntos y a caballo. Que los dos manejamos y nos turnos. Que nos cuidemos y nos acompañemos todos los días.
Una mano cuidadosa toca mi espalda tapada caliente y con voz suave me dice: ya te podes vestir.
Hoy a pesar de todo lo malo que pasamos que también se llama vida, puedo decirte que te cuido por mamá y lo feliz que fue contigo, por mi niñez que aunque fue corta los abrazos los disfrute, y por que sos mi papá y me enseñaste entre otras cosas a amar y eso lo aprendí bien.
Gracias Sandra fue mejor masaje de mi vida.
P.d.: buscamos juntos la foto….



