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Me iba a dar una ducha rápida para ir a cargar nafta a La Coronilla, después del mediodía era el momento ideal.
El baño es muy grande, con ventanales grandes, las cortinas son cuasi transparentes, están puestas más por pudor que por intimidad. De hecho la idea es abrirlas y ver el mar mientras estás en ese cuarto que bien podría tener una cama más.

Me acerqué a la ducha, me pone nerviosa que alguien mire para arriba y me vea desnuda. Me inquieta pensar que alguien con binoculares esté buscando algo y llegue a mi ventana. No logré ver desde afuera el baño, esa es mi única tranquilidad.
Sentí que todo el ruido de la casa se calmaba, por ende no había tanto apuro.  Y se me ocurrió, poner el tampón, abrir la canilla y dejar llenar la tina. Nadie por azar o por picardía me vería desnuda, y un ratito estaría yo conmigo misma en una experiencia que nunca la viví sola.
Me senté en el escalón y toqué el agua.  Se que se enfría muy rápido y amo el agua caliente, aunque mi cuerpo ya está rojo por el sol.
Veo salir el agua de la canilla, levanto los ojos y veo el mar y ahí reposo. Nadie me necesita, nada tengo que hacer, ni evaluar, ni decidir.
Mirar el mar celeste moverse lento, furioso y calmarse otra vez.
Me arriesgo a que me vean y me siento en el borde de la tina con los pies en el agua. Me doy cuenta que esta muy cliente. Presto atención hasta que mis pies inviten a mi cuerpo a deslizarse con cuidado en la tina blanca. Dejé la canilla abierta, la verdad el agua era poca, no cubría mi cuerpo. Me escurrí un poquito y  puse mi cabeza debajo de la canilla, de esa forma con el shampo me saqué la sal y la arena del pelo. No vine preparada para una tina, no traje sales ni espumas, solo mi jabón blanco y cremoso, y eso fue suficiente. Soy muy larga, de a ratos me sumergía y sacaba los pies para afuera, de a ratos me sentaba, el agua me cubría hasta la cintura y solo ahí podía mirar el mar. En esa confección inapropiadamente bella, de estar sumergida y ver el mar a través de una ventana. La situación me daba algunos permisos: no había viento, estaba calentita y en mi máximo despojo, absolutamente desnuda viendo el mar.
Mi mente se aquietó, de una forma incalculable.  Fue como si me estuviera meciendo en las hamacas del comedor, vacía, pero sin miedo, sin futuro, sin pasado solo presente. Este presente que solo me trajo contemplación de lo que la vista me propiciaba y que inundaba una paz que si tuviera que definirla usaría la palabra levitar. Estar pero no estar en la tina. Un aquí y un ahora tan profundo, no provocado, no esperado -porque yo solo quería una ducha rápida para ir a La Coronilla-. Me abren la puerta, y yo hecha un pajarito caído del nido, arrollada medio sumergida, miro para atrás y me dicen: – nos vamos? Sí, respondo.
Miro otra vez por la ventana en mar, respiro hondo saco el tapón.
Manoteo la toalla, la acerco por si al levantarme me ven. Me seco, me visto, me subo al auto rumbo a La Coronilla y todo lo que le puedo decir es: creo que se lo que tengo que hacer este año….

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