En un sarcófago profundo donde nada robe recuerdos, ahí va a estar en un presente continuo el día perfecto.
Ese en el que no habrá perjuicios ni presiones para un buen desayuno.
Ese en que la risa y la complicidad generará espacios para un veedor desde adentro.
En el que almorzar en un lugar distinto sea una aventura.
Andar por caminos desconocidos pisando baldosas flojas aunque salpiquen los zapatos.
El no ser y la existencia, el capricho de pecharse, el adiós apresurado y el hasta nunca disfrazado.
El sarcófago tuvo llave, pero habita en el fondo del mar, si hubo un día perfecto fue ese y aunque la memoria borre caras, lugares y vuelva sepia los colores, espero, me aferro que el recuerdo no se borre jamás.



