Dentro del cuarto con techo alto, paredes rugosas bañadas con cal blanca y la cortinita que tapaba la ventana-banderola del cuarto de los abuelos. Cuando yo era la princesa en un reino a mi medida, se comía lo que yo deseaba y hasta cuanto yo quería. Los días en el taller de encuadernación donde mi imaginación volaba y no entendía porqué había una primus con una olla arriba siempre prendido y ellos trabajando. Libros, revistas y más libros. No tengo un recuerdo de verlos leer, si me acuerdo de la colección de la revista Selecciones que había en una estantería alta y que de vez en cuando se relojeaba, especialmente el abuelo se sentaba a vicharlas. Traían un poco de todo, por lo que le permitía estar informado y salir al cruce en cualquier conversación.
Dentro de los momentos añorados en mi día – cuando me quedaba a dormir – , empezaban con el desayuno en la cama – cosa que amo hasta hoy-, el momento del almuerzo con toda su parafernalia (mantel, servilletas, cubiertos bien puestos, vasos, agua y vino), jugar en el patio todo el tiempo que quisiera y saberme mariposa, mujer maravilla, flor o paloma; pero por lejos el mejor momento del día era la noche, era el cuarto, la luna por la banderola y la colcha verde imitación terciopelo que no me cansé de acariciar, hasta que no me acosté más en esa cama.
Dos rituales nocturnos hacían de mi estadía en la teja las mejores noches de mi infancia, los mejores recuerdos, aprender a recibir y dar mimos, cariño, ternura, mucho amor, por dos seres especiales distintos a todos, que rutinariamente vivían en mi ideario como los mejores seres humanos, casi duendes, casi ángeles. Pero en la realidad de la cotidianeidad, eran seres ausentes uno del otro, que la sobrevivencia los unía, el cuidado en una vejez tan acentuada y los nietos, estos que evidentemente le dieron sentido al tobogán ya casi en el final de la bajadita. Yo estaba en esa categoría, pero como viví en mi ideario, eran ángeles con forma de abuelos con los que pasaba fines de semana largos o vacaciones cortas.
En el ritual de la noche cada uno tenía una presencia diferente, no menor sino diferente. El abuelo venía con un platito de melamina verde con unas galletitas Bridge cortadas en triángulos. Se sentaba en el costado de la cama y me decía: – Paolita, te traje el platito verde, espero que te guste, así dormís bien y mañana te levantás tan dulce como te acostás hoy. Después jugaba a que no me lo daba y me lo sacaba y finalmente en un par de carcajadas polarizadas entre los 5 y los 70 y pico de años, me lo ponía en la falda y esperaba a que me las comiera para llevarse el platito verde. Famoso en los nietos de la calle Dionisio Coronel. Posterior a llenarme de dulzura venía el momento final del día, la abuela me apagaba la luz, me tapaba con los brazos dentro de las sábanas para no enfriarme y me preguntaba si yo quería que me contara un cuento para dormir. Pero no me leía un cuento, ni recordaba un cuento, ella inventaba un cuento para mi, hecho a mi medida, a mis ojos, a mis rulos, a mi edad, distinto que cualquier cuento contado a mi hermano o a mis primas, cada noche me contaba uno nuevo, no siempre llegue al final, quizás si los repitió, pero yo no logro recordar mucho más que historias fantásticas. De hecho la realidad es que tantas veces pensé, recordé esos momentos que ya no se si estábamos en ese cuarto o en otro, si siempre estaba la colcha o si venía primero el cuento y después los platitos. Más allá de mi memoria o el amor por cada momento que escondo en el fondo de la Teja, puedo asegurar que existieron. Y puedo demostrarlo. No, no guardé Bridge del año 86, ni tengo fotos o grabaciones de los cuentos, pero hay uno, uno de los cuentos que guardé tan fuertemente que traspasó el espacio y el tiempo, ni la los recuerdos, ni las pruebas pueden superarlo. Ese cuento se impregnó con tanta fuerza que obviamente mi legado era reproducirlo, pero sólo en oídos idóneos para recibir y captar ese mensaje. Así que tuve que esperar muchos años, muchos sucesos y sus dos partidas para a los pies de las camitas contarlo. Ella nunca se enteró que yo me acordé de uno de sus cuentos, y menos que se los conté a mis hijos – sus bisnietos – y ellos hoy se acuerdan. Porque como fue uno solo el cuento que quedó lo tuve que repetir muchas veces, mi creatividad no afloraba para inventar y mis hijos se daban cuenta del engaño si no había un guión predefinido y un desenlace que estuviera a la altura. Se grabó de tal forma que hoy somos 4 los que conocemos el cuento de la abuela Aída. Hoy sólo con mencionar la palabra cuento y los tres responden: el que nos contabas cuando nos íbamos a dormir?, el de la niña que era su cumpleaños, y su padre no tenía trabajo, y se iba con las monedas en el bolsillo a buscar un regalo, para que su hija de rizos rubios que cantaba todo el tiempo y jugaba con su muñeca de trapo hecha por su mamá… Era una época muy difícil, su papá no tenía un trabajo fijo y si bien el pan no faltaba, no se podían dar el lujo de festejar un cumpleaños, menos de una torta decorada y ni qué pensar de un regalo de cumpleaños. Pero ella era los ojos de su papá, seguramente su esperanza para seguir adelante, su pequeño sol que brillaba en medio de las nubes. El por ella iba hacer todo. Y salió con sus zapatos casi sin suela a recorrer su barrio primero, y después estaba dispuesto a recorrer la ciudad caminando con tal de encontrar un obsequio para la pequeña y que pudiera pagar con las monedas que traía. A la vuelta de la esquina, de algunas cuadras se encuentra con una vidriera enorme, la recorre de arriba abajo mirando en detalle lo expuesto, muñecas, juguetes a cuerda, utensilios de cocina, juegos de encastre, pero no lograba encontrar nada que sus monedas pudieran comprar. Dentro del local un viejito con aspecto del abuelo Guillermo lo miraba. En el momento cuando vió que el papá se daba por vencido y emprendía la marcha hacia otro lugar, quizás un mercado de pulgas era más adecuado, osar comprar un juguete nuevo con las monedas era casi un despilfarro, un aspirar a algo que no era, qué tontería haber perdido esos preciosos 15 minutos mirando la vidriera. Pero el vendedor, dueño y abuelo lo llama:
– don!, señor!, pase, venga, que está buscando?
– bueno es el cumpleaños de mi hija y estoy buscando….vahhh no nada, no me alcanza el dinero, solo cuento con… y saca de su bolsillo las monedas y las cuenta frente al abuelo y vuelve a responder, nada no dije nada, gracias por su atención.
Y volvía a marcharse, cuando lo vuelve a interrumpir:
-Tengo lo que necesita y lo puede pagar, venga no sea tan orgulloso, dese la vuelta que le muestro
-Está seguro?
-Si hombre claro, no le haría perder tiempo. Le vendo este hermoso banquito, es una niña o un niño?
-Niña
-Bueno serviría tanto para niño como para niña así que está bien y lo puede pintar usted con ella, le acepto sus monedas por el banquito le gusta? se lo envuelvo para regalo?
El lo pensó por un momento, no era el regalo que tenía en mente pero qué otra cosa podría comprar y se lo envolvían iban a tener la cuota extra de la sorpresa.
-Sí, gracias, lo llevo me parece un excelente idea.
Deja las monedas en el mostrador, espera a que el abuelo termine de envolverlo y lo lleva con delicadeza.
Salió muy rápido, sin contar las cuadras o esquinas, hasta llegar a la casa.
Entra, todo estaba en su lugar, la puerta que daba al patio estaba en la cocina, avanza y a través de la cortina las vé jugando, a las dos, sus soles, su esperanza, las fuerzas de la mañana.
Grita desde la puerta de la cocina:
– ¿Quién cumple años hoy?
Un pequeño bracito se levanta y corre hasta el, que ve los rizos dorados volar, las piernitas ágiles saltar piedras y esquivar al gato que quería atención.
Salta a los brazos de su padre y él saca de sus espaldas el regalo envuelto. Ella pone su cara de sorpresa, la cara de más sorpresa de todas, ya que realmente no esperaba nada. Rompe el papel eufórica y va descubriendo las patitas de algo que finalmente era un banquito. Se sienta y es de su medida perfecta. De madera lustrada, sin pintura y sus 4 patas cortas con un círculo cada una, hacía que se viera elegante.
Ella estaba feliz y llevaba de aquí para allá su banquito.
A los pocos días, supongo que no más de dos se escucha el llanto amargo de una niña de 5 años entre asustada y decepcionada llamar a su papá. Este salta de su silla corre hacia ella, se asegura que está bien, la calma y le pregunta qué le pasó?. Ella le cuenta que el banquito se había roto, que una pata se había salido. Él la tranquiliza y revisa el banco. Murmura y queda rojo de bronca,
– este viejo yo sabía era muy bueno para ser verdad.
Voy a llevarle el banquito para que lo reparen, no puede ser, pagué mis últimas monedas, me estafaron!.
Levanta el banco y piensa donde estaba la juguetería y no se acuerda, pero igual va a encontrarla. cuando recoge las piezas y se va a incorporar siente un ruido raro, se miran con la niña y ella llega a decirle:
– hay algo dentro del banquito papá!.
El con mucho cuidado mira adentro de la pata del banco y ve que algo brilla, la sacude y suena. El corazón se acelera no quiere hacerse ninguna ilusión pero varias cosas pasan por su cabeza. Lentamente da vuelta la pata y se escurren y empiezan a sonar 10, 20, 100 monedas de oro de la pata del banco.
– ¿Cómo puede ser?, no pueden entrar tantas monedas. Tengo que devolverlas, pero no se donde esta la juguetería, pero si no las devuelvo puedo poner en un lío a toda la familia. Salió corriendo a buscar la juguetería y nunca la encontró. Entendió que el abuelo quizás era un duende o un ángel. Se decidió y aprendió el arte de hacer bancos y por cada uno que vendía otro regalaba, era la única forma de devolución que encontró.
La niña ese año y a partir de allí festejó todos sus cumpleaños, con una hermosa torta, vestido acorde a la ocasión, amigos y juegos.
Toda la familia que ya eran más que 3 vivieron felices por siempre.
Ese cuento lo repetí tantas veces que se que algo mío hay dentro de él, pero sinceramente ya no recuerdo que.
p.d.: hoy mis hijos me contaron sus versiones del cuento y seguramente la abuela se estaría riendo como yo, entendieron claramente de lo hermoso que es dar.
Ilustraciones: todas las versiones que imaginamos los 4 que conocemos el cuento!.